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La Guerra de los Hermanos (Parte 7/7) - Urza's Saga


Mishra seguía con el puño levantado a la altura de la cara de su hermano, sosteniendo su piedra, con una sonrisa burlona.


-          Entrega tu piedra hermano… que momento tan irónico… haber hecho y deshecho reinos para utilizarlos en una guerra que nos trae al inicio… solos tú y yo.
-          Yo no quería esto. Mi deseo era seguir por el camino académico – respondió Urza.
-          No eres tan inocente hermano… mandando a otros a hacer tu trabajo sucio…siempre escondiéndote detrás de tus máquinas… detrás de Tawnos… detrás de tu esposa…
-          Silencio…
-          Tus autómatas te ganaron el respeto del padre de Kayla y así pudiste casarte con ella… pero las malas lenguas dicen que… ¡ni en la noche de bodas la tocaste!... preferiste tus libros a una mujer…
-          El tomo de Jalum me permitió…
-          ¡Y qué mujer! – interrumpió Mishra gritando, mientras sacaba la lengua y hacía gestos obscenos – Debo de aceptar que siempre tuve suerte con las mujeres, pero el hecho de que dejaras que tu mujer me “convenciera” de llegar a una tregua fue…
-          Calla…
-          Delicioso… y ella lo disfrutó, créeme, soy bueno… pregúntale a Ashnod, ella puede confirmarlo… Nunca demostraste ser un verdadero hombre… ¡mírate!... viejo y solo… tomaré tus tierras, tus pueblos, tus invenciones y todo lo someteré a mi voluntad.
         ¡Calla! – soltó Urza.


Urza sintió ira, y con esa ira vino la acción. Si hubiera pensado racionalmente, podría haber tratado de retirarse, hablar, de planificar un nuevo asalto un día más tarde. Pero él estaba dolido y la ira brotó de ese dolor. Urza se movió instintivamente y de manera impulsiva. Dejó caer las defensas que había levantado a su alrededor y utilizó la energía de la piedra para lanzar un asalto directo contra su hermano.
Utilizó la Piedra del Poder, aquella que llevaba con él más de la mitad de su vida, vertiendo en ella su ira contra Mishra. Derramó toda su rabia, así como todas sus otras emociones: cuánto amaba a su hermano y cuanto lo odiaba, cómo su guerra había arruinado sus vidas y sus mundos. Todo esto lo expulsó a través de la piedra en una explosión de energía.
Y mientras lo hacía, sintió que algo cedía dentro de él. Sintió que las paredes mentales en torno a él se apartaron, y se dio cuenta de que su hermano había estado en lo cierto. Sintió la chispa de su verdadero poder. Hasta ahora. Urza supo que el poder venía de dentro de él, no de cualquier dispositivo o del cristal. Urza alimentó ese poder a través de la piedra y en un solo disparo en contra de su hermano.
El pecho de Mishra estalló en una bola de fuego carmesí, y el joven gritó y cayó.

Urza entonces vio lo que había hecho poderoso a Mishra. Debajo de las ropas, y despellejado por el calor de la bola de fuego lanzada por Urza, había metal. El cuerpo de Mishra mostraba placas de metal donde deberían estar las costillas. Urza pensó que su hermano había sido consumido por sus máquinas, convirtiéndose en una misma. Su mente académica pensó, “¿cómo lo hizo?”. Otro pensamiento invadió su mente, pues ahora era consciente de la tierra que lo rodeaba. Sentía poder en sí mismo y poder en la tierra a sus pies. Sin embargo, también se dio cuenta de las heridas de la tierra. No sólo Argoth estaba herido, sino todo Terisarie. La guerra que su hermano y él habían comenzado había destruido recursos naturales valiosos.



Tawnos apareció de manera repentina en el campamento. Venía agitado.
-          Urza, maestro, las máquinas ya no obedecen… hay un demonio… Ashnod y yo fuimos atacados… y Ashnod… Ashnod me pidió que te entregara esto – Tawnos sacó el sylex con forma de tazón. - ¿Urza? ¿me escuchas?
Urza vio a Tawnos a los ojos. Su cuerpo entendía ahora. Dónde había confusión ahora no había dudas. Vio los hilos que él había movido, los hilos que movía su hermano y los hilos que otro ser movía.
-          Mi hermano estuvo aquí, pero va a volver – dijo Urza mientras tomaba el sylex que le entregaba Tawnos.
-          Ashnod me dijo que debías llenarlo con los recuerdos de la tierra – la voz de Tawnos sonaba quebrada – lo que sea que eso signifique.
-          Lo sé – respondió Urza. Y realmente lo sabía. Sabía el propósito del sylex y cómo debía usarlo. – Debes refugiarte.
-          Urza no…
-          ¡No discutas! – la voz de Urza sonó terrible – busca el árbol más lejano, la cueva más profunda. Debes protegerte y hacerlo ya. – Tawnos pensó que había estado huyendo demasiado tiempo.
Mishra regresaba y junto con él, el primer dragón mecánico que había domado con su Piedra de la Debilidad. La cara de Mishra parecía intacta, pero su cuerpo se fusionaba junto con el poderoso artefacto. Urza vio la abominación de su hermano y supo lo que debía hacerse.


-          Ni un paso más – le dijo Urza a Mishra.
-          Gloria a Phyrexia, hermano. Tú y yo vamos a hacer historia… tanto nos entusiasmaba de niños conocer sobre los Thran y estamos a momentos de recibirlos – respondió Mishra.
-          Me has mostrado la verdad, Mishra… lo que sea que eres, no eres mi hermano.
-          Lo soy… lo fui al menos… ¿Sabes que regresé a la caverna de Koilos?... una parte de mí esperaba encontrarte ahí…
-          ¿Koilos?
-          Sí… y vi lo que los Thran escondían… Abrí una puerta y me llevó a otro plano de existencia… Un mundo lleno de metal y máquinas… tal y como lo soñaba… al principio creí que era una pesadilla, pero era real… un mundo perfecto, automatizado. Te encantaría hermano. Máquinas perfectas… árboles, insectos… ¡Todo un ecosistema hecho máquina!... ¡Todo un plano! Y se llama Phyrexia.
-          ¿Un plano artificial? – preguntó Urza intrigado. – De ahí conseguiste tu ejército de dragones…
-          No sólo eso… ¡mírame! Soy perfecto, como las máquinas de los Thran. Y Phyrexia viene, hermano… viene a compartir su perfección.
Las palabras de Mishra se colaron en la mente de Urza y comenzó a formar ideas. ¿Por qué habían desaparecido los Thran? ¿Fue una guerra? ¿Phyrexia trato de conquistar al imperio Thran? La caverna de Koilos era un secreto y el secreto era que guardaba una puerta hacia Phyrexia. ¡Los Thran construyeron un sello!
-          Mishra… ¡fuimos unos tontos!... nuestras piedras unidas formaban un sello que evitaba una invasión. Los Thran construyeron el sello para proteger a Terisarie… ¡para proteger a Dominaria!
-          ¡No! Phyrexia es Dominaria – dijo una voz.
-          ¿Tú? – reaccionó Urza – Eres el demonio que controla mis máquinas…
-          Sólo vine a ver que Mishra cumpla su misión. Con ustedes muertos habrá poca resistencia para que Phyrexia comience su adaptación en Dominaria – dijo Gix.
Urza entendió en su mente que fue culpa de él y de Mishra que el portal se abriera. El poderosos y antiguo imperio Thran había creado las piedras de poder para sellar la entrada de Phyrexia a Terisarie. El imperio Thran cayó por culpa de Phyrexia pero, mientras los Thran habían desaparecido, Phyrexia tuvo milenios para desarrollarse y esperar. Su mente y su cuerpo se daban cuenta de que Urza podía utilizar el poder de la tierra. La magia fluía a través de su cuerpo, pero no tenía tiempo de estudiar éste nuevo fenómeno que se desarrollaba en él. Sabía que había que destruir a Gix y a todo su ejército de máquinas para que no fuera utilizado por Phyrexia en contra de este mundo.
-          No… ¡No lo permitiré! – gritó Urza mostrando el sylex tomándolo con las dos manos.
La mirada de Gix mostró pánico. En una vida pasada había conocido el sylex. Era un antiguo artefacto Thran y sabía de lo que era capaz. En un reflejo, abrió un portal para regresar a la caverna de Koilos y tratar de evitar lo que vendría.


Con el sylex en sus manos, Urza invocó sus recuerdos de su vida y sus estudios volcándolos en el recipiente. En su cuerpo fluía el poder de la tierra que le otorgaba Argoth. “La tierra es poder”, pensó, “la tierra es el maná para hacer lo imposible”. Pensó en su hogar, en sus torres, talleres. Pensó en las tierras que había sobrevolado con sus ornitópteros, pensó en las cavernas de Koilos. Pensó en esos jóvenes que aún estudiaban en el desierto. Pensó en Tocasia y en su hermano.

 

Mishra gritaba algo, pero Urza ya no escuchaba su voz. Lo único que escuchó fue el sonido de la tierra, gritando por ser liberada, y Urza liberó el poder. Del recipiente brotó un destello y como un sol, quemó todo lo que había en la tierra. Urza sonrió mientras el destello lo consumía. Las partículas de Mishra dejaron de existir y Urza también desapareció.

La isla de Argoth murió al fin. Árboles, elfos y Titania no tuvieron tiempo de reacción ante la luz. Gaea gritó desconsolada.
Harbin acababa de embarcar en Terisarie. Fue de los pocos sobrevivientes del Tsunami que arrasó la costa este del continente. Kayla bin-Kroog, desde el centro de Terisarie, vió una luz y una lágrima cruzó su mejilla.

Gix apenas tuvo tiempo de utilizar el portal de Koilos. Una mano quedó del otro lado y el portal se derrumbó. Gix maldijo  su suerte, pues tendría que presentar su fallo a su amo.



  

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