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La Guerra de los Hermanos (Parte 6/7) - Urza's Saga



-          Miren las herramientas… los Thran debieron haber sido humanos – soltó Urza.
-          El hecho de que nos sentimos cómodos con sus herramientas no significa nada – atajó Mishra – pudieron ser elfos, enanos o minotauros. Quizá los minotauros eran los líderes y los humanos servían a sus amos.
-          No hemos encontrado restos de minotauro, hermano – dijo con frialdad Urza.
-          Tampoco hemos encontrado restos humanos, hermano – disparó Mishra con una sonrisa, burlándose de su propia lógica.

Habían pasado 3 años después del descubrimiento del ornitóptero, y las excavaciones de las ruinas encontradas por Mishra llevaban un gran adelanto. Tocasia acababa de llegar de un viaje, cuyo objetivo fue pedir recursos para continuar los trabajos. Las herramientas e ingenio encontrados eran bien vistas por los nobles de toda Terisarie para comerciar, por lo que no le fue difícil conseguir apoyos. Tras su regreso, vio como sus mejores alumnos habían cambiado aún más. Urza era aún más delgado, pero ya ancho de hombros, mostrando una calma de la cual él mismo se enorgullecía. Mishra más ancho y atractivo que su hermano aunque, mostraba una barba que enmarcaba su boca sonriente, no dejaba de ser impulsivo. Tocasia aún no perdía el toque de educadora y paraba en seco estas discusiones con preguntas para ellos.
-          Sin restos humanos o de minotauros… ¿acaso hemos encontrado de animales? – preguntó la maestra.
-          ¿Carroñeros?... No… no hemos encontrado nada… debería de haber, incluso por accidente. – razonó Urza.- Quizá hubo peste, algo extraño que no sólo mató a los Thran sino a sus huesos.
-          No – dijo Mishra mientras negaba con la cabeza – Guerra. La peste no explica por qué no hay rastros de libros, cerámicas, pinturas… todo lo que hace la cultura de un pueblo. Todo eso en una guerra es destruido para acabar con el legado enemigo… los pozos de ceniza que hemos encontrado…
-          Son de fabricación – interrumpió Urza – son pozos de restos de artefactos. Digamos que tienes razón ¿Qué fue de los vencedores? ¿Dónde están? Los dibujos que se ven desde el cielo y que tú descubriste son instrucciones.
Tanto Mishra como Tocasia se sintieron intrigados con la aseveración de Urza.
-          ¿Cómo puedes probarlo? – pregunto su maestra.
Urza sacó un mapa de las excavaciones, mostrando los puntos que habían estado visitando a lo largo de estos tres años. Esbozó una línea a través de los puntos formando una punta.
-          Miren, apunta al noroeste. Los Thran existieron, pero ¿por qué dejar arte en el desierto? Aquí no vivieron. Creo que apunta a una ciudad más grande. No sé si su capital, pero si, un asentamiento más robusto.
-          Qué teoría más absurda. Tratar de imaginar una flecha con puntos al azar – reaccionó Mishra.
-          Mañana lo comprobaré – respondió Urza, dejando a su hermano parado e incluso Tocasia le lanzó una mirada penetrante al hermano mayor. – Con tu permiso maestra, quisiera utilizar un ornitóptero para comprobar esto.

A la mañana siguiente, los tres volaron al área que Urza propuso.


Tocasia, Mishra y Urza habían llegado a la caverna que marcaba el mapa de Urza, quien se sentía orgulloso de haber comprobado su teoría. La caverna daba la impresión de ser sólo una formación natural, pero pasados 3 metros dentro, todo era roca pulida. Incluso entre el desierto, no habían hallado un trabajo tan pulcramente hecho. Mishra encendió una antorcha y tomó la vanguardia seguido de cerca por Urza y, más atrás caminando, Tocasia. Aunque Urza le había pedido permiso para hacer el viaje, ella decidió acompañarlo y, a la vez, se les unió Mishra. Urza esperaba hacer el viaje sólo.
-          Urza, fue una suerte que encontraras la abertura de la caverna – dijo Tocasia.
-          Fue el mapa – dijo de manera seca Urza, molesto de que pensaran que había sido una casualidad.
Siguieron avanzando hasta una sala cubierta de metal y máquinas, claramente de diseño Thran, pero parecían aún funcionales. Los engranajes eran brillantes y aún engrasados
-          Es como si los Thran se hubieran marchado hace sólo unos momentos – dijo Mishra.
-          ¡Miren! ¡Al centro! – indicó la vieja maestra con emoción en su voz.
Al centro se erguía un pilar con una piedra de poder colocada en medio, nueva y perfecta. La mirada de la maestra permaneció fija en aquella maravilla, mientras los dos hermanos se movían alrededor suyo, atraídos por el resplandor.
-          Es hermoso, miren como brilla – dijo Mishra.
-          Imaginen lo que podremos aprender – respondió Urza.
-          Miren las runas… son Thran, pero parecen decir… Koilos… el secreto… esta caverna por algo debe ser un secreto para… ¡No toquen las piedras!
Tocasia no pudo decir cuál de los hermanos tocó primero, o incluso si alguno lo hizo. Más tarde ninguno admitió nada y cada uno se acusó mutuamente de causar el desastre. Sin importar lo que hubieran hecho, había ocurrido un destello y la piedra de poder se había dividido en dos, pero conservaba su brillo y energía.

Cuando los hermanos y Tocasia despertaron, la cámara se llenó de sonidos rítmicos y metálicos, de manera numerosa y uniforme el sonido se escuchaba cada vez más cerca. Tocasia se dio cuenta de que, tras el destello, una puerta parecía más visible, aunque no recordaba si estaba ahí desde que llegaron. De ella aparecieron máquinas con formas horribles que los empezaron a atacar. Urza confiado, utilizó la piedra que tenía en su mano, con la esperanza de que le sirviera como arma, sin embargo su piedra sólo pareció darles más poder. Mishra también utilizó su piedra, lo cual detuvo a las máquinas.
-          No sabes utilizar la piedra. Dámela – soltó Mishra.
-          Quizá cada una tiene propiedades diferentes – respondió Urza.
-          Eres un tonto, como tus teorías. ¿cómo puede ser eso si ambas piedras eran una sola?
-          Observa su brillo.
La piedra de Urza tenía una luz roja, mientras que la de Mishra emitía una luz verde.

 
-          Dámela – ordenó Urza con tono amenazador – existe la posibilidad de restaurarla.
-          No – respondió Mishra con cara seria. – Dame la tuya, yo lo haré. Crees que lo sabes todo, pero no es así… no eres tan inteligente cómo crees que eres, ¡todo mundo lo sabe!
-          Yo tengo más experiencia – dijo fríamente Urza – yo reparo y estudio mientras tú te la pasas holgazaneando con esos Fallaji.
-          Si quieres que encajen, dámela tuya ¡Maestro Alto y Poderoso demasiado-bueno-para-el-resto-de-nosotros!
Tocasia iba a decir algo para detenerlos, pero ya era demasiado tarde. Urza lanzó un puñetazo, con la piedra en su mano, golpeando a Mishra y tumbándolo.
-          ¡Lo siento, Mishra! ¡No tenía intención de golpearte!
-          ¡Aléjate de mí, maldita sea! – soltó Mishra, con rabia en su voz, humillado.
Forzándolos a regresar al ornitóptero y hacia el campamento, Tocasia se dio cuenta que algo más que la piedra de poder se rompió ese día.

ooo
Mishra y Urza no compartieron tienda desde ese día. Mishra se fue a vivir al campamento Fallaji que rodeaba a la excavación de Tocasia y Urza sólo se dejaba ver en las comidas. El carisma de Mishra rápidamente le ganó simpatías con los jefes del Clan Fallaji, pero estos aún consideraban a Tocasia cómo la máxima autoridad de la región. Uno de los líderes, Amahal, le comentó a Tocasia que Mishra continuamente tenía pesadillas, despertaba y salía de su tienda para dirigir su mirada al noroeste, hacia las cavernas de Koilos. Sin embargo, Tocasia no le dio importancia, hasta que una noche Amahal la despertó.
-          Mishra tuvo otro mal sueño, pero esta vez se dirigió a la tienda de Urza… están discutiendo.
-          Esos tontos – respondió Tocasia aún medio dormida – no dejan tener paz.
Tocasia, acompañada de Amahal, se dirigió a la tienda en donde se encontraban los hermanos. Ellos estaban en extremos opuestos de la habitación. Cada uno agarraba su parte de la piedra. Le exhibición de poder pesaba en los hermanos. Ambos se encontraban agitados y sangre escurría de sus narices. Mishra estaba ligeramente más encorvado que Urza, quien orgulloso se encontraba erguido. Cada uno se aferraba a su piedra de poder con ambas manos.

Tocasia levantó ambas manos y gritó algo que Amahal no entendió. Ningún hermano hizo caso, ambos se batían en duelo y nada más importaba. Tocasia dio un paso adelante entre los hermanos. Como si fueran uno sólo, ambos le lanzaron una mirada a la vieja maestra, sus concentraciones se disiparon y sus piedras lanzaron rayos en todas direcciones. La tienda explotó.
Todo el campamento se despertó. Se encendieron antorchas y después una hoguera para ver qué pasaba. Amahal despertó, conmocionado por la explosión, y observó dos figuras entre la columna de humo. Ambas figuras estaban de rodillas. El viejo líder de los Fallaji se acercó y vio que el cuerpo de Tocasia estaba apoyado en el regazo de Urza, mientras que Mishra le tocaba el pulso.
Urza miraba a Mishra con odio mientras las lágrimas rodaban sus mejillas. Tocasía había sido más que una maestra para los dos jóvenes.. De repente, el cuerpo de Mishra fue lanzado hacia atrás. Urza se levantó, aún llorando. Mishra también lo hizo, pero tras dar un paso adelante, se echó a correr, lejos del campamento y adentrándose en la noche. Nadie lo detuvo.

Amahal colocó la última piedra sobre el cuerpo de Tocasia, mientras alumnos, maestros y el pueblo Fallaji presentaban sus respetos a la que había sido la máxima autoridad en la región. La cara de Urza estaba demacrada y Amahal pensó que el joven aún se veía más viejo. Amahal quiso hablar con Urza, pero éste levantó la mano para hacerlo callar. Urza permaneció todo ese día y noche al pie de la tumba de su maestra. A la mañana siguiente Urza pidió hablar con Amahal.
-          ¿Mishra? – preguntó Urza.
-          No se sabe de él… no vino a la ceremonia.
-          Bien… hay mucho que hacer… Todavía hay una escuela que dirigir, excavaciones que hacer…
-          Perdón que interrumpa – dijo Amahal – pero hay cosas que considerar… ¿ha pensado en los heridos?... ¿siquiera en tus propias heridas?
-          Tenemos que seguir realizando el trabajo de Tocasia. Tenemos que seguir adelante. – dijo Urza mientras Amahal sacudió la cabeza.
-          Lo mejor sería… – Amahal forzó las palabras – Lo mejor sería enviar a los estudiantes a la capital tan pronto como sea posible.
Urza miró a Amahal sorprendido. Un rastro de conciencia que parecía muerto, brillo en sus ojos.
-          Bien… llevaremos a los heridos a la capital, pero nosotros continuaremos el trabajo… - comenzó a decir Urza, pero Amahal suspiró y lo detuvo.
-          Los Fallaji siguen más a la gente que a las ideas. Mi pueblo respetaba a Tocasia, la seguía. Pudieran haber seguido a tu hermano, pues vivió y convivió con ellos. A ti no te conocen. Rara vez pasaste tiempo con ellos. No se quedarán.
-          No los necesitamos, nuestro trabajo es intelectual y ellos…
-          No permitiré que menosprecies a mi gente, joven maestro. Sin los Fallaji esta zona estará poblada pronto por otra tribu del desierto y no todas son cordiales. Existen otras personas que piensan que ustedes, los arguivianos, son forasteros y que está es tierra propia de ellos… incluso entre mi gente hay quien te culpa de todo lo malo que ha sucedido últimamente.
-          ¿Estoy a salvo aquí? – pregunto Urza viendo al horizonte.
-          Le prometí a Tocasia que cuidaría de ambos… de usted y de Mishra… pero las circunstancias lo impiden.

Urza dejó el campamento derrotado. Sin rumbo, dirigió una última mirada al montículo de Tocasia. En una sola noche perdió a su mentora, a su hermano y a su hogar.

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