-
Miren las herramientas… los Thran debieron haber sido humanos – soltó Urza.
-
El hecho de que nos sentimos cómodos con sus
herramientas no significa nada – atajó Mishra
– pudieron ser elfos, enanos o minotauros. Quizá los minotauros eran los
líderes y los humanos servían a sus amos.
-
No hemos encontrado restos de minotauro, hermano – dijo con frialdad Urza.
-
Tampoco hemos encontrado restos humanos, hermano – disparó Mishra con una
sonrisa, burlándose de su propia lógica.
Habían pasado 3 años después
del descubrimiento del ornitóptero, y
las excavaciones de las ruinas encontradas por Mishra llevaban un gran
adelanto. Tocasia acababa de llegar
de un viaje, cuyo objetivo fue pedir recursos para continuar los trabajos. Las
herramientas e ingenio encontrados eran bien vistas por los nobles de toda
Terisarie para comerciar, por lo que no le fue difícil conseguir apoyos. Tras
su regreso, vio como sus mejores alumnos habían cambiado aún más. Urza era aún
más delgado, pero ya ancho de hombros, mostrando una calma de la cual él mismo
se enorgullecía. Mishra más ancho y atractivo que su hermano aunque, mostraba
una barba que enmarcaba su boca sonriente, no dejaba de ser impulsivo. Tocasia
aún no perdía el toque de educadora y paraba en seco estas discusiones con
preguntas para ellos.
-
Sin restos humanos o de minotauros… ¿acaso hemos
encontrado de animales? – preguntó la maestra.
-
¿Carroñeros?... No… no hemos encontrado nada…
debería de haber, incluso por accidente. – razonó Urza.- Quizá hubo peste, algo extraño que no sólo mató a los Thran
sino a sus huesos.
-
No – dijo Mishra
mientras negaba con la cabeza – Guerra. La peste no explica por qué no hay
rastros de libros, cerámicas, pinturas… todo lo que hace la cultura de un
pueblo. Todo eso en una guerra es destruido para acabar con el legado enemigo…
los pozos de ceniza que hemos encontrado…
-
Son de fabricación – interrumpió Urza – son
pozos de restos de artefactos. Digamos que tienes razón ¿Qué fue de los
vencedores? ¿Dónde están? Los dibujos que se ven desde el cielo y que tú
descubriste son instrucciones.
Tanto Mishra como Tocasia se
sintieron intrigados con la aseveración de Urza.
-
¿Cómo puedes probarlo? – pregunto su maestra.
Urza sacó un mapa de las
excavaciones, mostrando los puntos que habían estado visitando a lo largo de
estos tres años. Esbozó una línea a través de los puntos formando una punta.
-
Miren, apunta al noroeste. Los Thran existieron,
pero ¿por qué dejar arte en el desierto? Aquí no vivieron. Creo que apunta a
una ciudad más grande. No sé si su capital, pero si, un asentamiento más
robusto.
-
Qué teoría más absurda. Tratar de imaginar una
flecha con puntos al azar – reaccionó Mishra.
-
Mañana lo comprobaré – respondió Urza, dejando a
su hermano parado e incluso Tocasia le lanzó una mirada penetrante al hermano
mayor. – Con tu permiso maestra, quisiera utilizar un ornitóptero para
comprobar esto.
A la mañana siguiente, los
tres volaron al área que Urza propuso.
Tocasia, Mishra y Urza habían
llegado a la caverna que marcaba el mapa de Urza, quien se sentía orgulloso de
haber comprobado su teoría. La caverna daba la impresión de ser sólo una
formación natural, pero pasados 3 metros dentro, todo era roca pulida. Incluso
entre el desierto, no habían hallado un trabajo tan pulcramente hecho. Mishra encendió una antorcha y tomó la
vanguardia seguido de cerca por Urza y, más atrás caminando, Tocasia. Aunque Urza le había pedido
permiso para hacer el viaje, ella decidió acompañarlo y, a la vez, se les unió
Mishra. Urza esperaba hacer el viaje sólo.
-
Urza,
fue una suerte que encontraras la abertura de la caverna – dijo Tocasia.
-
Fue el mapa – dijo de manera seca Urza, molesto
de que pensaran que había sido una casualidad.
Siguieron avanzando hasta una
sala cubierta de metal y máquinas, claramente de diseño Thran, pero parecían
aún funcionales. Los engranajes eran brillantes y aún engrasados
-
Es como si los Thran se hubieran marchado hace sólo unos momentos – dijo Mishra.
-
¡Miren! ¡Al centro! – indicó la vieja maestra
con emoción en su voz.
Al centro se erguía un pilar
con una piedra de poder colocada en medio, nueva y perfecta. La mirada de la
maestra permaneció fija en aquella maravilla, mientras los dos hermanos se
movían alrededor suyo, atraídos por el resplandor.
-
Es hermoso, miren como brilla – dijo Mishra.
-
Imaginen lo que podremos aprender – respondió
Urza.
-
Miren las runas… son Thran, pero parecen decir… Koilos…
el secreto… esta caverna por algo
debe ser un secreto para… ¡No toquen las piedras!
Tocasia no pudo decir cuál de los hermanos tocó primero, o incluso
si alguno lo hizo. Más tarde ninguno admitió nada y cada uno se acusó
mutuamente de causar el desastre. Sin importar lo que hubieran hecho, había
ocurrido un destello y la piedra de poder se había dividido en dos, pero
conservaba su brillo y energía.
Cuando los hermanos y Tocasia
despertaron, la cámara se llenó de sonidos rítmicos y metálicos, de manera
numerosa y uniforme el sonido se escuchaba cada vez más cerca. Tocasia se dio
cuenta de que, tras el destello, una puerta parecía más visible, aunque no
recordaba si estaba ahí desde que llegaron. De ella aparecieron máquinas con
formas horribles que los empezaron a atacar. Urza confiado, utilizó la piedra
que tenía en su mano, con la esperanza de que le sirviera como arma, sin
embargo su piedra sólo pareció darles más poder. Mishra también utilizó su
piedra, lo cual detuvo a las máquinas.
-
No sabes utilizar la piedra. Dámela – soltó
Mishra.
-
Quizá cada una tiene propiedades diferentes –
respondió Urza.
-
Eres un tonto, como tus teorías. ¿cómo puede ser
eso si ambas piedras eran una sola?
-
Observa su brillo.
La piedra de Urza tenía una
luz roja, mientras que la de Mishra emitía una luz verde.
-
Dámela – ordenó Urza con tono amenazador – existe la posibilidad de restaurarla.
-
No – respondió Mishra con cara seria. – Dame la tuya, yo lo haré. Crees que lo
sabes todo, pero no es así… no eres tan inteligente cómo crees que eres, ¡todo
mundo lo sabe!
-
Yo tengo más experiencia – dijo fríamente Urza –
yo reparo y estudio mientras tú te la pasas holgazaneando con esos Fallaji.
-
Si quieres que encajen, dámela tuya ¡Maestro
Alto y Poderoso demasiado-bueno-para-el-resto-de-nosotros!
Tocasia iba a decir algo para detenerlos, pero ya era demasiado
tarde. Urza lanzó un puñetazo, con la piedra en su mano, golpeando a Mishra y
tumbándolo.
-
¡Lo siento, Mishra! ¡No tenía intención de
golpearte!
-
¡Aléjate de mí, maldita sea! – soltó Mishra, con
rabia en su voz, humillado.
Forzándolos a regresar al
ornitóptero y hacia el campamento, Tocasia
se dio cuenta que algo más que la piedra de poder se rompió ese día.
ooo
Mishra y Urza no compartieron
tienda desde ese día. Mishra se fue
a vivir al campamento Fallaji que rodeaba a la excavación de Tocasia y Urza sólo se dejaba ver en las comidas.
El carisma de Mishra rápidamente le ganó simpatías con los jefes del Clan
Fallaji, pero estos aún consideraban a Tocasia cómo la máxima autoridad de la
región. Uno de los líderes, Amahal, le comentó a Tocasia que Mishra continuamente
tenía pesadillas, despertaba y salía de su tienda para dirigir su mirada al
noroeste, hacia las cavernas de Koilos. Sin embargo, Tocasia no le dio
importancia, hasta que una noche Amahal la despertó.
-
Mishra
tuvo otro mal sueño, pero esta vez se dirigió a la tienda de Urza… están discutiendo.
-
Esos tontos – respondió Tocasia aún medio
dormida – no dejan tener paz.
Tocasia, acompañada de Amahal, se dirigió a la tienda en donde se
encontraban los hermanos. Ellos estaban en extremos opuestos de la habitación.
Cada uno agarraba su parte de la piedra. Le exhibición de poder pesaba en los
hermanos. Ambos se encontraban agitados y sangre escurría de sus narices.
Mishra estaba ligeramente más encorvado que Urza, quien orgulloso se encontraba
erguido. Cada uno se aferraba a su piedra de poder con ambas manos.
Tocasia levantó ambas manos y gritó algo que Amahal no entendió.
Ningún hermano hizo caso, ambos se batían en duelo y nada más importaba.
Tocasia dio un paso adelante entre los hermanos. Como si fueran uno sólo, ambos
le lanzaron una mirada a la vieja maestra, sus concentraciones se disiparon y
sus piedras lanzaron rayos en todas direcciones. La tienda explotó.
Todo el campamento se
despertó. Se encendieron antorchas y después una hoguera para ver qué pasaba.
Amahal despertó, conmocionado por la explosión, y observó dos figuras entre la
columna de humo. Ambas figuras estaban de rodillas. El viejo líder de los
Fallaji se acercó y vio que el cuerpo de Tocasia estaba apoyado en el regazo de
Urza, mientras que Mishra le tocaba el pulso.
Urza miraba a Mishra con odio mientras las lágrimas rodaban sus
mejillas. Tocasía había sido más que una maestra para los dos jóvenes.. De
repente, el cuerpo de Mishra fue lanzado hacia atrás. Urza se levantó, aún
llorando. Mishra también lo hizo,
pero tras dar un paso adelante, se echó a correr, lejos del campamento y
adentrándose en la noche. Nadie lo detuvo.
Amahal colocó la última piedra
sobre el cuerpo de Tocasia, mientras
alumnos, maestros y el pueblo Fallaji presentaban sus respetos a la que había
sido la máxima autoridad en la región. La cara de Urza estaba demacrada y
Amahal pensó que el joven aún se veía más viejo. Amahal quiso hablar con Urza,
pero éste levantó la mano para hacerlo callar. Urza permaneció todo ese día y
noche al pie de la tumba de su maestra. A la mañana siguiente Urza pidió hablar
con Amahal.
-
¿Mishra? – preguntó Urza.
-
No se sabe de él… no vino a la ceremonia.
-
Bien… hay mucho que hacer… Todavía hay una
escuela que dirigir, excavaciones que hacer…
-
Perdón que interrumpa – dijo Amahal – pero hay
cosas que considerar… ¿ha pensado en los heridos?... ¿siquiera en tus propias
heridas?
-
Tenemos que seguir realizando el trabajo de Tocasia. Tenemos que seguir adelante. –
dijo Urza mientras Amahal sacudió la cabeza.
-
Lo mejor sería… – Amahal forzó las palabras – Lo
mejor sería enviar a los estudiantes a la capital tan pronto como sea posible.
Urza miró a Amahal sorprendido. Un rastro de conciencia que parecía
muerto, brillo en sus ojos.
-
Bien… llevaremos a los heridos a la capital,
pero nosotros continuaremos el trabajo… - comenzó a decir Urza, pero Amahal
suspiró y lo detuvo.
-
Los Fallaji siguen más a la gente que a las
ideas. Mi pueblo respetaba a Tocasia,
la seguía. Pudieran haber seguido a tu hermano, pues vivió y convivió con
ellos. A ti no te conocen. Rara vez pasaste tiempo con ellos. No se quedarán.
-
No los necesitamos, nuestro trabajo es
intelectual y ellos…
-
No permitiré que menosprecies a mi gente, joven
maestro. Sin los Fallaji esta zona estará poblada pronto por otra tribu del
desierto y no todas son cordiales. Existen otras personas que piensan que
ustedes, los arguivianos, son forasteros y que está es tierra propia de ellos…
incluso entre mi gente hay quien te culpa de todo lo malo que ha sucedido
últimamente.
-
¿Estoy a salvo aquí? – pregunto Urza viendo al
horizonte.
-
Le prometí a Tocasia que cuidaría de ambos… de
usted y de Mishra… pero las circunstancias lo impiden.
Urza dejó el campamento
derrotado. Sin rumbo, dirigió una última mirada al montículo de Tocasia. En una
sola noche perdió a su mentora, a su hermano y a su hogar.
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